Tipos de eremitas
TIPOS DE EREMITAS:
EL EREMITA DIOCESANO:
Es el ermitaño reconocido por la
Iglesia Católica Romana como de vida consagrada: (vive en la soledad y el
aislamiento de manera efectiva, sin vida común, profesa púbicamente los votos
religiosos (pobreza, castidad y obediencia) en manos de su obispo diocesano.
Tiene un vínculo jurídico con la iglesia.
EL EREMITA RELIGIOSO:
El monje ermitaño (vida
semi-eremítica) ya forma parte jurídicamente de un instituto religioso, y está
obligado a algunas actividades de la vida común, aunque pocas (Santa misa,
Maitines y Laudes, Vísperas, refectorio común y recreo al menos los domingos,
etc.). También son de profesión pública y viven la regla de su orden y están en
obediencia al superior). Ej.: Cartujos, Camaldulenses, monjas y monjes de
Belén, algunas ramas de la Orden Carmelita, etc.
EL EREMITA AUTÓNOMO:
El Ermitaño autónomo no goza de
privilegio canónico como consagrado, ya que no hace votos públicos, sino que
los vive de manera privada. Algunos hacen votos públicos, pero no tienen
relación o vínculo jurídico con la iglesia católica ni con ninguna iglesia o
grupo religioso.
La Iglesia los reconoce como ermitaños que consagran su vida a la
alabanza de Dios.
Viven, como los ermitaños
diocesanos, la misma vida espiritual, la regla personal... pero en obediencia
directa al director espiritual... (Aunque no tengan obligación de hacerlo).
Puede ocurrir que estén acompañados por el obispo, pero sin estar incorporados oficialmente a la diócesis, por falta de ermitas, estructuras, etc. Algunos profesan en una tercera orden o son oblatos, otros viven como donados (voluntarios sin votos) en los monasterios.
Sin embargo, ¿por qué una
elección así? Lo primero que hay que decir es que se trata de una vocación, una
llamada, que ha florecido de nuevo por reacción a la borrachera «comunitaria»,
«social» que ha arruinado muchos ambientes religiosos. El exceso de insistencia
en el compromiso con el mundo y el desbordamiento de las palabras, habladas y
escritas, han llevado a muchos, por contraste, a redescubrir la fuerza de la
oración y el gozo del silencio. El ermitaño da su vida por cosas «inútiles»
según el mundo y, desgraciadamente, también según cierto eficientísimo
cristiano actual. La sencilla regla que él mismo se escribe, y que si quiere
somete a la aprobación del obispo, prevé, sobre todo, horas de oración, de
lectura espiritual, de meditación. Prevé vigilias, ayunas, penitencias,
renuncias.
En el ermitaño hay un rechazo
radical de la lógica mundana, para la cual solo la acción, la política, el
compromiso social, las inversiones económicas pueden cambiar el mundo para
mejor. Él, por su parte, ha respondido a una llamada que le ha hecho comprender
hasta el final que únicamente quien entrega su vida la salva; y que el modo más
eficaz de amar y de ayudar es el de sepultarse bajo el anonimato, el silencio,
la impotencia, creyendo hasta el fondo en los misterios vínculos de la
«comunión de los santos».
Creo que esto es lo que quería decir la inscripción que vi en la pared de la habitación de un eremita en una casa deteriorada del corazón de Turín: «El que va al desierto, no es un desertor». Nada de un desertor, sino más bien un creyente que, en vez del activismo constructivo solamente en apariencia, ha decidido practicar la forma más alta de caridad en la perspectiva evangélica: la oración ininterrumpida por todos, en la soledad y en el silencio más radical.
LAURA:
En la Iglesia ortodoxa y comunidades de las Iglesias orientales, una Laura (Griego: Λαύρα) significaba originalmente una colonia de celdas o cuevas de eremitas, con una iglesia propia para la celebración dominical de la misa y, a veces, un refectorio en el centro.
Laura es un vocablo griego que significa originariamente “camino estrecho”, “desfiladero”, “barranco”.
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