BELÉN
A principios del siglo I, Belén era una aldea que no contaba con más de mil habitantes. Estaba formada por un pequeño conjunto de casas diseminadas por la ladera de una colina. Los habitantes vivían de la agricultura y la ganadería. Había buenos campos de trigo y de cebada en la extensa llanura al pie de la colina: tal vez se deba a estas culturas el nombre del lugar: Bet-Léhem (בית לחם), que, en hebreo, significa “la casa del pan”.
Los primeros seguidores de Jesús eran plenamente conscientes de la importancia que Belén había adquirido. A mediados del siglo II, San Justino Mártir, que era natural de Palestina, se hacía eco de los recuerdos que los habitantes de la aldea transmitían de padres a hijos sobre la gruta en la que Jesús había nacido.
En sus “Diálogos con Trifón”, San Justino Mártir (100-165) ya comentaba
que la Sagrada Familia se había refugiado en una cueva fuera de la aldea:
“José tomó como cobijo una determinada gruta cerca de la aldea [Belén] y, mientras estaban allí, María dio a luz al Cristo y lo puso en un pesebre. Y llegaron los Magos de Arabia y lo encontraron”.
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